EL DÍA QUE CONOCÍ A UN JAPONÉS SINGULAR

Hoy decidí irme a Goutokuji. Voy a visitar el templo de los Maneki Neko, y el hermoso cementerio aledaño. 

Tengo que tomar un tranvía (mi primera vez! Sii!), y algunos trenes. 

 

Como siempre, me pierdo en la ciudad nipona y camino kilómetros y kilómetros; pero nunca me importa, porque no hay nada más hermoso que perderse en Japón. 

 

La visita al templo, transcurre con tranquilidad y casi sin ningún contratiempo; excepto por un turista chino que no larga su valijita y la choca contra unos estantes llenos de estatuillas de gatitos. Tira y desacomoda un montón, aunque no rompe ninguna afortunadamente. Lo ayudo a levantar tal desastre, pues no quiero que arruine tan precioso templo y lo que significa.

 

Ya cayendo la tarde, decido emprender la vuelta, y me detengo en una cafetería que vi unas horas antes. 

Tiene un cenicero en la puerta, así que me siento al lado, en un escalón de cemento que hay.

Un señor japonés mayor se acerca y comienza a hablarme. En un inglés de mierda, pero bueno, entendible al fin. Mi inglés tampoco es muy bueno, pero nos arreglamos. 

Me pregunta de dónde soy, si estoy de vacaciones, y todas esas cosas que se preguntan a un turista. 

 

Termino de fumar, y entra conmigo a la cafetería. Se pone a hablar animadamente con el dueño y me alcanza la carta.

Me pregunta si necesito ayuda, pero no, no la necesito. Está toda escrita en katakana, sería como un inglés japonizado, por lo tanto es bastante fácil. Y gracias a mis estudios, se leer katakana! Arigatou Sensei. 

 

El mismísimo señor toma mi orden, mientras se ríe a carcajadas, habla con el dueño y grita que yo soy de Argentina. 

En fin, están escuchando rock and roll, y a mí me gusta; así que pienso que me espera un buen rato en esta cafetería de barrio. 

Mientras preparan mi pedido, entra otro señor mayor y una señora. La señora parece ser la esposa del dueño, y el señor que entró con ella, un cliente asiduo del local, pues se sienta en la barra y charla con ellos. 

 

Al rato, el viejo gritón que me encontré afuera, me trae mi comida. Tostadas con manteca, una riquísima ensalada, y el café. Me dice que ese es el menú de las mañanas, pero que el dueño lo hizo especialmente para mí. 

Bueno, que copados que son pienso yo. Porque hasta el cliente me está atendiendo. Parece haberse convertido en mi camarero personal. 

 

Al rato de estar tomando mi merienda, el viejo gritón se me acerca y me empieza a hablar de temas variados, me pregunta si puede sentarse a mi mesa; a lo que le digo que si, pues parece muy sociable y buena onda. 

Mientras le entiendo la mitad de lo que me dice, me pregunta si yo fumo marihuana, y me empieza a contar que el se dio con de todo. Así como lo leen, el viejo japonés drogón. 

 

Empieza a parecerme raro, los japoneses no son así, cualquier tipo de droga en Japón es ilegal. Por lo tanto, tomo con reparo lo que me cuenta y lo mido tranquilamente. 

Le pregunto algo de los Yakuza, porque en general, ellos son los que mueven ese tipo de cosas en Japón. Se hace bien el boludo como si no me entendiera, y sigue hablando.

 

Mientras se desbanda contándome sus actividades ilegales, me pregunta si me gustan las mujeres. Que!? Nunca en mi vida conocí a un japonés tan desubicado y atrevido.

También me pregunta que si estoy casada; como le contesto a todo que no, me dice que me puede dar su mail pero que si no quiero está todo bien. Si, así como leen, el viejo japonés drogón me quiere levantar!

 

Amablemente le digo que yo no uso mail y que me tengo que ir.

Agarro mis cosas, me acerco a la barra y le pago al dueño agradeciéndole por tan deliciosa merienda. Él y su esposa me despiden con una gran sonrisa. 

Me fumo un cigarro afuera y me voy caminando por los callejones oscuros de Setagaya.

 

Que viejo loco me tocó conocer!

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